Creemos los hombres, equivocadamente, que las mujeres no tienen nada que enseñarnos, que ya sabemos todo lo necesario para vivir.
Una amiga tuvo a bien confiar en mí y me mandó una carta que transcribo a continuación:
"En mi azarosa vida he buscado y conocido a muchos hombres. Eso sí, unos pocos me cautivaron y removieron mis sentidos más vulnerables. Llegaron incluso a nublarme la vista con sus cuerpos hermosos, o susurraron halagos que endulzaron mis oídos, o estremecieron mi cuerpo con hábiles manos. Sin embargo, ninguno supo darme nada más.
Ahora, que he desaparecido de los ojos de aquellos que miran con ahínco; cuando ya sólo soy joven en lo más profundo de mi imaginación, valoro aún más, en un hombre o en una mujer, señales sublimes que quizá, en ocasiones, dejé escapar.
¿Como no adiviné, tras unos ojos húmedos, una ardiente pasión; o no quise adorar al joven de corazón tierno capaz de un amor infinito? ¡Qué torpe fui despreciando un sencillo objeto sin apenas valor que escondía el mayor regalo de quien daría todo por mí!
¡Ay! Como despreciaba poemas, relatos, cartas de amor... de aquel enamorado que escribía, porque se le rompía el corazón de lleno que lo tenía.
Vivo para contarlo y para decirte, amigo, que si no conocí a quien he referido, al menos, soñé con él. A fin de cuentas soñar también es vivir."
1 comentario:
Preciosa carta, cruelmente realista..
Un beso...
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