domingo, 13 de julio de 2008

Mi caballito de caña

Tengo ahora mi calle, la calle de mi infancia, en la cabeza.

La algarabía de juegos y el arrastrar de aquellos caballos de caña sobre el empedrado. Mi más preciado juguete: la robusta caña que mi abuelo había cortado, raspado y abierto los agujeros por donde debía pasar la brida del más brioso corcel.

En la tarde primaveral, al salir del colegio, monto en él. En una mano, el cuenco de pan con aceite y sal; en la otra, mi caballito, que ya galopa calle abajo en busca de otros como él.

La "pandilla de pistoleros" nos juntábamos en las últimas casas que daban al campo.
Se iniciaba el cabalgar diario, subiendo y bajando las calles, callejones y caminos que llevaban al arroyo, donde abrevarían nuestras monturas.
Allí, los juegos de nuestra imaginación se alargaban casi hasta el anochecer. Llegado ese momento, todos a casa.
Eran los años sesenta y en nuestras casas no había entrado todavía el televisor.

Pocos años después, juegos y juguetes animados fueron abandonando las calles.
La alegría se fue encerrando en una caja tonta que a todos encantaba.

Vuelvo a la calle donde ya no trotan los caballitos de caña, porque los niños que hoy pasan van cabizbajos y tristes, y no conocen a nadie. Van a por "chuches" y de vuelta a la tele, la "pley" o el ordenador. Ya no cabalgan a ninguna parte, porque navegan por calles cibernéticas hasta el fin del mundo.

Los niños de entonces tenían siempre muchos sueños por realizar. ¿Con qué sueñan los niños de hoy? Estos niños ya no tendrán la calle de sus juegos en la cabeza. Ahora viven en la cabeza que dirigen desde un ratón inalámbrico o tecleando@lgo.com.

No hay comentarios: