Los restos de la poda yacen inertes, resecándose lentamente.
Tanto ir y venir me ha agotado. Busco una "recacha", me descalzo y arremango el pantalón, muy mojado por la espesa hierba.
Han dejado las nubes un resquicio por donde se cuelan algunos rayos de sol, esa cálida caricia me adormila y por momentos caigo en un plácido sueño.
Me despiertan unas gotas, que me golpean el rostro. Está lloviendo finamente, pero bajo las ramas se hacen goteras mas gruesas. Una sensación de bienestar me embarga, me apetece algo muchas veces reprimido. Y este momento es el que esperaba. Me despojo de la camisa, de los pantalones y demás prendas. Y en mitad del campo, solitario paraíso, me entrego al goce de la lluvia. No estoy loco, pero a los ojos de cualquiera lo parecería. Pero no, nadie me ve.
Arrecia la lluvia, los caminos que surcan mi cuerpo semejan ríos que se desbordan irremediablemente. Mojado y exultante, grito palabras que me nacen en lo más hondo y primitivo de mi ser. Confundido con el mar de hierbas me revuelco al fin en ellas y recibo el beso extenso de la naturaleza que me reclama como hijo suyo.
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