viernes, 26 de marzo de 2021

Miradas que cambian la vida


 «Los ojos que ves, no son ojos porque los veas, son ojos porque te ven

Antonio Machado.



En una visita escolar al Museo de las Ciencias de Granada tomé una fotografía en la que cientos de miradas colocadas en múltiples columnas me dieron qué pensar... en tantas miradas como se posan en nosotros y de las que no somos conscientes, también en las que depositamos nosotros mismos. Miradas superficiales que no cambian nada, como ojos que no ven.

Pero hay otras miradas, un tanto diferentes... las de aquellos que miran por dentro. ¿Alguna vez miraste así?


Mi historia de hoy, trata de eso...y de algo más.


A la vuelta de la esquina, como cada mañana, Elisa espera la llegada de algún comprador. Elisa vende cupones, es ciega, y con ellos se gana la vida. Ya hace tiempo que conozco a mi vendedora. Y la llamo así, porque sólo le compro a ella. Me da suerte hacerlo, aunque nunca pasé de unos euros de beneficio. Debo ser algo supersticioso, pero si no voy a su encuentro cada mañana, pareciera que no me enfrento a la jornada con entusiasmo. Fue una desapacible mañana de octubre cuando la conocí. Me disponía a coger el autobús para ir al encuentro de una entrevista de trabajo. En la espera, oí la voz de la vendedora decir..."cambie su suerte, hoy es su día". Sin pensarlo me dirigí a ella y le pedí que cambiara mi suerte. Ella con una sonrisa me contestó:

- Yo sólo le deseo suerte, cambiarla depende de usted.

A la mañana siguiente volví a agradecerle que me hubiera dado suerte. Me aceptaron en el trabajo y empezaba precisamente a trabajar ese día.

-Puede darme hoy suerte también -le dije, acercándome a ella.

-Pues claro, esa es mi intención. Si pone ilusión, la suerte estará de su parte.

Le mostré el cupón del día anterior para que lo comprobara. Sabía que no tendría premio, pero Elisa me lo confirmó con una sonrisa. Guardé el número para conservarlo, sería como un amuleto. En días sucesivos fui, sin faltar uno, a la esquina de la suerte, así me dio en llamarla. Más que buscar un golpe de suerte, coger un pellizco que me llenara los bolsillos, deseaba encontrarme con Elisa. Estaba convencido de la positiva influencia que ejercía sobre mí.

Elisa es ciega desde los diez años. Una gripe se apoderó de su cuerpo frágil y enfermizo, y todo se le complicó hasta la ceguera total.

Casi nunca tenía premio el número que escogía. Es más, se me había metido en la cabeza que me iría mejor el día sin que consiguiera ni la devolución de lo invertido.

Por eso, cuando al fin salió premiado el número que llevaba con unos euros, decidí no ir esa mañana a trabajar. Al mismo tiempo, ya estaba invitando a Elisa a desayunar. Aunque se mostró reacia a abandonar su puesto, después de insistirle mucho, aceptó. A pesar de los breves encuentros diarios, una sincera amistad fue haciéndose con el tiempo. Ella sabía decirme las palabras justas cada día. Su mirada, a través de sus gafas oscuras, se diría más certera, más profunda, que cualquiera otra por muy minuciosa que fuera.


Fue especial el domingo que salimos por fin juntos. Paseamos por la playa, almorzamos en aquel kiosco del puerto y me pidió que la llevará al cine. No me sorprendió nada, estaba seguro que no necesitaba los ojos para ver. Ya en la sala experimenté sensaciones, inimaginables hasta entonces para mí, al permanecer toda la película cogido de su mano mientras le describía escenas y paisajes. Al finalizar la proyección pude comprobar que Elisa había percibido matices que yo no alcancé a ver ni por asomo.


A pesar de nuestra creciente amistad y de que hubiéramos salido varias veces juntos, aún no me había planteado una relación seria con ella. Quizás tuviera prejuicios que me hacían bloquear un sentimiento natural...

Una mañana iba decidido a su encuentro con la firme voluntad de proponerle tener una relación de pareja. Cuando llegué a la esquina de la suerte, ella no estaba. Un chico joven ocupaba su puesto, le pregunté por Elisa y no me supo dar noticias de ella.

Vuelvo cada día a la esquina de la suerte con la esperanza de encontrar a Elisa y mi suerte.


4 comentarios:

Ester dijo...

Un final apagado, no sabemos porque ella ya no está ni si tiene miedo de mirar mas allá de su costumbre. pero el relato hasta ese punto ha sido apacible y ameno. Abrazo

Campirela_ dijo...

Que lindo relato, te engancha desde la primera línea con una historia primero de amistad y después en algo que de momento no se sabe, pues uno de los personajes ha desparecido. Es cierto que las personas que no puede ver sus emociones las perciben de un modo distinto pero con mucha más intensidad, porque los otros sentidos se desarrollan más. Me ha gustado muchísimo. Gracias
Un abrazo y muy eliz fin de semana .

Albada Dos dijo...

Precioso texto. No poder ver es una tragedia, pero sigue cabiendo la ternura.

Un abrazo, y buen finde

Joaquín Lourido dijo...


Hola Mateo,

Sinceramente tus historias me encantan. Ya que son como la vida misma. Pero lo importante es que la delicadeza, la ternura siempre triunfan a pesar de los pesares bien sea si es dinero u otras cosas (como en este caso es la ceguera) que de por si ya es pavoroso.

Abrazos gigantes y ojalá que poco a poco nos vayas destilando más tinta con tu maravillosa imaginación.