Ahora que la recién consumida Navidad se ha ido, regresa a mi memoria aquella, cada día más lejana, de mi infancia.
Estos exquisitos roscos con que nos obsequió nuestra vecina Rosa me evocó aquéllos casi idénticos que hacía mi madre.
La Navidad llegaba aquellos años con olores y sabores de horno de leña. Algunos hogares mantenían el viejo horno en el fondo del patio trasero. Estos se construyeron en su día con ladrillos de barro rojo partidos, conformando una bóveda cuasi perfecta.
Llegado diciembre, el trajín en aquellas casas se tornaba continuo. Y Las vecinas se citaban para hornear sus dulces y panes.
En un año de aquellos, que recuerdo bien, mi madre fue la primera en preparar los suyos en casa de la tía Engracia. Ya de mañana, se caldeaba el horno con el acopio de ramas de coscoja, matas de romero, aulagas y retamas secas. Y, en la tarde, mi abuela María era la encargada de dirigir el amasijo. Es que fue panadera cuando mocita y mi madre aprendió de ella.
Sobre bandejas de latón, ennegrecidas por el uso, se colocaban minuciosamente los pegotes de masa, ya fueran rosquetes, rosquillas o mantecados.
El rosco de vino surgía de una mezcla de harina blanca de trigo, aceite de oliva, pan rallado, vino dulce o ligado de vino blanco y dulce, matalahúva y azúcar. Los mantecados, con manteca de cerdo, harina, aceite y azúcar. Y mis preferidas, las rosquillas, hechas de una masa fina que envolvía otra bien distinta a base de almendras tostadas, pero algo molidas, meloso arrope de higos y miel.
Me gustaba ayudar a mi madre en esa entretenida labor...y recuerdo vívamente el sabor de la masa cruda que tomaba a escondidas, pues no era recomendable por indigesta. Eran mis ansias de tomar aquellos apetecibles manjares, añorados todo el año.
La espera junto al horno era agradable. El calorcito que se desprendía del horno y los envolventes olores nos atraía lo suficiente para permanecer entretenidos jugando a su alrededor.
Cuando finalizaba la cocción, se procedía a extraer las bandejas para ir colocando delicadamente las piezas cocidas en las canastas. Ya se ven pocas de ésas. porque no hay quién las trence a base de varetas de acebuche y tiras de caña. Era oficio ése de gitanos canasteros, que iban de pueblo en pueblo vendiendo su artesanía al tiempo que no dejaban de trenzar por calles y plazas.
En las canastas, aguardaban los, todavía sin endulzar, roscos de vino. Eso no era impedimento para que metiéramos la mano de vez en cuando y aplacáramos las ansias de comerlos.
Ah! No era hasta pocos días antes de la Navidad cuando mi madre desplegaba sobre la mesa de la cocina una especie de ejército de roscos, dispuestos en fila para ser endulzados. Un aguanís servía para bañar los rosquetes para, seguidamente, emborrizarlos con azúcar molida, que a mí me encantaba moler girando el manubrio del molinillo de café. Platos y bandejas repletas de coronitas azucaradas se depositaban en la alacena. Entonces la tentación aumentaba enormemente y, por mucho que vigilaba mi madre, los huecos en los platos crecían casi por horas.
Casi no alcanzaban a superar la última semana del año, pero ya las ansias estaban plenamente satisfechas...
UNA CANCIÓN DE CARLOS CANO SIEMPRE ME HIZO RECORDAR AQUELLOS SABORES Y OLORES DE LA DULCE NAVIDAD..."Alacena de las monjas".
Quizás sean los conventos donde todavía se elaboran aquellos dulces artesanos de tan dulzón recuerdo.
13 comentarios:
Saludos Mateo,
Magnífico y sabroso reportaje.
Abrazos.
He de empezar por el final Mateo.Me encontraba ya saboreando como si de una rosquilla se tratase, la canción de Carlos Cano y ¡oh, fustre, no se oye nada!.
Ahora vuelvo al principio que es el lugar por el que debería de haber comenzado.
Mateo me gusta leer, ya te lo he dicho en otras ocasiones, estos recuerdos que después tan bien relatas, recuerdos de tu infancia, de tus tierras o de tu pueblo. Como si de una película se tratase, puedo sumergirme en el encanto de esos días previos a la navidad en la que las mujeres, a la cabeza tu abuela, atizaban la lumbre del horno, para agasajar a todos su hijos y amigos...
Mis recuerdos nada tienen que ver con ese ambiente tuyo.Nunca he conocido un horno de esas características en una casa, pero sí recuerdo, los mantecados que hacían para mi abuela. He descubierto o recordado, la palabra alacena, ¡qué maravilla!, junto con artesa ( de la que hice una entrada en su día) son palabras castellanas que me ensanchan el alma y repito, vuelvo a algunos veranos en un pueblo de castilla y soy muy niña ( en el recuerdo).
Ahora buscaré qué es el coscojo y las aulagas.
Una entrada muy íntima con costumbres ya olvidadas o casi.
Ya ves mi madre también es gran cocinera y en más de una ocasión con simple harina, agua y sal y no sé qué más endulza la tarde. Yo, compro en la pastelería.
Pedona tanta charla. Que no soy tu vecina y no sabré llevarte dulces hechos ni para navidad,ni para primavera.
Un beso
Antes de leer tus Dulces de Navidad te digo, me hace mucha gracia tu comentario, en este viaje que narro, llevaba un libro para leer, ¿sabes cuál?, Seda, de Baricco, ya lo leí, sí es una delicia, voy a leerlo de nuevo para saborearlo, lo leí casi en un día, creo que nos lo ha recomendado la misma persona, ¿no? jajaja.
Un beso, Mateo.
¡Qué bonito!, me trae unos maravillosos recuerdos, casi puedo percibir esos olores de la leña y los dulces. Mi madre no los hacía, se vino a Madrid cuando se casó, los hacía mi abuela Irene y a mí gustaba ayudarla a formar las rosquillas y a llenar los moldes de las magdalenas, siempre me decía, cuidado, no los llenes mucho, o no hagas tan finos o tan gruesos los palitos para las rosquillas, en fin, preciosos recuerdos de mi infancia.
Me gusta mucho Carlos Cano, lástima que se fue, las monjitas no me gustan tanto, no sé por qué será.
Un abrazo, Mateo.
MMMMMMMMMMMMque ricas
me encantan los dulces y el aroma cuando se preparan. Te extrañaba estabas perdido.Siempre se extrañn las buenas cosas
La navidad es apropiada para recordar muchas cosas del pasado, en este caso, tú nos has relatado tus bonitos recuerdos del pasado, aquellos que siempre permanecerán en tu interior, la verdad es que te agradezco mucho los hayas compartido.
Un beso.
PD.- Me encantaba como cantaba Carlos Cano, pena sentí cuando falleció.
¡que bonitos recuerdos me trae tu relato!.Esa es la navidad que a mi me gusta,no la de ahora.
Serás el culpable de que engorde eh? Qué sabroso lo describiste.
Pd. El lechero es que te sirven un vaso mediano con café, mucho menos de la mitad y después te sirven la leche.
La memoria es sabia siempre rescata bellos momentos, no hay olor más sublime que el de la cocina de nuestras abuelas preparando rosquillas, olor a cielo, a pan caliente.
Te abrazo mi querido Mateo.
M.
mmmmmmmmmmm que rico!
Dulces recuerdos....
Besos para ti.
mar
Si necesitas almendras para los sabrosos dulces, dentro de unos meses tendremos algunos kilos...
Saludos.
Una entrada que se puede palpar y saborear. Leo con algo de pena tu excelente descripción. Parte de esa tradición artesana la hemos perdido. No sólo era el mimo y el amor que tenían sino lo saludables y naturales que eran comparados con los de hoy que están atiborrados de sacarosa.
Una de las cosas en las que me esfuerzo es en hacer pan en casa. La tradición, ya sabes.
Un abrazo, amigo.
Por favor, menuda foto, yo que intento sacarme de encima el par de quilos que gané, vas y me pones en bandeja esa maravilla en forma de dulce recuerdo, eso no tiene precio, un relato
REDONDO Y DULCE
Besos,amigo!
Por cierto, palabra de paso, infarine
hihihi
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