En un país, no muy lejano, cohabitaban, no sin problemas, pero sí muy distanciados, tres príncipes, que gobernaban su propio principado. Su padre, el Rey, les había cedido todo su reino repartiéndoles las tres regiones que lo formaban.
Sin embargo, la recaudación de impuestos seguía ostentándola el viejo monarca.
Cada año, una comitiva real hacía turismo recaudatorio. El anciano visitaba a sus hijos y pasaba una temporada en las distintas cortes principescas.
La noche anterior a su marcha, en la cena de despedida, a los postres, solía escribir en un trozo de cuero la cantidad que debería depositar en el arca cada príncipe.
Éstos, si se trataban, era sólo por sus intereses. Había mucha rivalidad entre ellos, pues pensaban que sus aportaciones eran siempre mucho más grandes que la del resto. No obstante, tenían el compromiso de reunirse unos días antes de empezar a pagar sus impuestos a los recaudadores del rey.
Como no confiaban entre ellos, exageraban en las cuentas que decían aportaban y mentían como bellacos.
El príncipe José, el más joven de los tres, tuvo un ataque de arrogancia y se atrevió a decir:
-Yo solo me enfrentaré al Rey. No permitiré que mi gente pase más necesidades. Los impuestos son tan elevados que sólo puedo repartir miseria.
Sus hermanos se rieron para sus adentros, ya sabían que se estrellaría.
Cuando el Rey supo de la negativa de su hijo menor, montó en cólera. Inmediatamente hizo enviar una sección de su ejército al principado sedicioso.
La respuesta defensiva del improvisado ejército del príncipe José fue fácilmente aplastada. Los campesinos y ganaderos armados de azadas y cayados no presentaron batalla. Huyeron despavoridos nada más verse avasallados por la caballería del monarca. Sin derramamiento de sangre, el arca de los impuestos regresó rebosante y reluciente a manos del Rey. Siendo uno de sus favoritos quien ocupó el puesto del príncipe depuesto.
Con el rabo entre piernas, el príncipe José fue a buscar refugio y ayuda de su hermano mayor, en el principado vecino. No tardó mucho en convencer a su hermano para que se enfrentara al rey, pues era un consumado embaucador.
El príncipe Iñaqui gobernaba una región donde predominaban los artesanos e industriales. Así, todas las armas, ya fueran lanzas, espadas y escudos, se fabricaban en sus dominios.
A la orden de su príncipe, los esforzados industriales se armaron con sus propias creaciones. Por supuesto, sabían confeccionarlas, pero manejarlas era otro cantar. Por eso no tardaron en ser derrotados. Los soldados del ejército real estaban adiestrados y desarmaron bien pronto a los bisoños infantes a los que se enfrentaron.
Por pies pudieron escapar, logrando que su otro hermano los acogiera. Allí volvieron a conspirar contra su omnipotente padre.
El príncipe Jaime administraba una próspera región que vivía principalmente del comercio. Las relaciones comerciales con otros reinos y regiones le había permitido conocer a muchos regios gobernantes extranjeros.
Al fin, con la inestimable colaboración foránea, no exenta de interés, pudieron derrocar al Gran Rey.
Así fue como la extinta monarquía dio paso a una renacida república. Y no fue por gusto de los ya caducados príncipes, sino porque los escarmentados súbditos lo exigieron.
Y colorín colorado, este cuento no se ha acabado.
15 comentarios:
Se nota que no eres muy monarquico.
Genuinamente el gobierno del pueblo es la república, por tanto, no es mucho pedir.
Saludos.
Buena, muy buena, con tu permiso, la colgaré en mi "xasa" Gracias, querido Mateo!
Ay, y ya volvemos a las trincheras, a pelear...más con adultos que con alumnos, no?
Pues mira q yo me pregunto pa qué sirve un rey a estas alturas de la película, y solo veo q para crear más gastos.
Besicos.
El mundo al revés en muchas ocasiones.
Hay personajes de la historia muy idealizados.
Es muy mala la ambición y lamentable que el cuento nunca termine.
Un beso, Mateo.
Hola, paso y dejo mi abrazo
MentesSueltas
Que bueno el video!
abrazo!
Una bonita historia, gracias por compartirla, Mateo.
Un beso.
Mateo, que gusto leerte, me gustan mucho los cuentos. Te dejo un beso amigo, cuidate mucho.
Pero mira que eres grande Mateo¡¡¡¡
Como siempre un placer leerte.
Muy interesante tu relato.
Un placer volver a leerte.
Besos.
Iñaki, Jaime...me da que aquí hay gato encerrado. ¿Dónde queda Felipe, es José?
A estas alturas históricas los defensores de la monarquía tienen que hacer cada vez más esfuerzos.
Un abrazo.
Yo me senté como niña a escucharte. Pero para que me cuentes la verdad detrás de un cuento.
Bien amigo.
Besos.
Muy bueno, yo tampoco soy de reyes y reinas ni nada que se le parezca.
Besos para ti,
marn
Me gustó el cuento que no ha acabado. Luego veré el video porque estoy en le trabajo.
Qué lindo escribes, Mateo!
Besines.
Felicidades Mateo. Sonrisa muy abierta y un poco amarga. La ventaja de no tener 18 años desde hace ya mucho tiempo , es por ejemplo, el poder leer y sentirse partícipe de este cuento que no acaba...
¿Aprenderán finalmente les súbditos a tomar decisiones y no ver tanto la tele? ¿Querrán decidir?
Un beso,
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