miércoles, 3 de septiembre de 2008

Sangre de su sangre


Hablaba por teléfono y me acerqué. A un paso de ella me detuve.
La conocía, pero ya no era la misma. Hacía tiempo que dejó de ser ella misma.
Me miró con una mirada perdida, pero dudo que me reconociera. Sus palabras vacilantes las repetía sin convicción:
-No puedo, hijo... No puedo...¡De verdad!...Es que no puedo- suplicaba comprensión por el teléfono móvil a su interlocutor, que le reclamaba un imposible.

-¡Perdóname! ¡Perdóname! ...pero no puedo- volvía a suplicarle.
Por los ojos parecía iba a estallarle la pena. Y lloró desconsoladamente. Y todo alrededor como si desapareciera, y toda ella como si se hundiera en un instante.

Su rostro humedecido por las lágrimas mostraba signos evidentes de la última paliza que le había propinado su propio hijo.

2 comentarios:

Clarice Baricco dijo...

Cuánta tristeza causa estos eventos, y saber que siguen y siguen existiendo.
Aún no entiendo la razòn porque las manos no son ocupadas para amar.
Muy sentido tu texto.

Abrazos.

Graciela.

MaLena Ezcurra dijo...

Tremendo, triste y solitario.


Saludos.


MaLena.