domingo, 15 de diciembre de 2013

Blanco amanecer

En la pantalla del televisor, sobre un tapiz verde, juegan a la pelota. En la butaca dormita el abuelo nonagenario. Mientras tanto, con un golpeo suave de teclas, caminan letras, se abrazan ideas, avanza una posible historia.

El despertar del durmiente es algo confuso, no sabe bien si está aquí, sentado, o si sigue en su interrumpido sueño. Me acerco a él y le voy haciendo recomponer el sencillo rompecabezas que se le hizo en su tablero bajo la gorra.

"Anillito era un oveja de aquellas llamadas "pajarillas". Éstas solían situarse a la cabeza del rebaño y hacer de guía del resto. Anillito tenía su abrigo de lana de un marrón oscuro, pero adornaba la muñeca izquierda de una de sus patas delanteras con una reluciente pulsera blanca, de lana natural, claro.
El recuerdo del abuelo se traslada a un mes de febrero de los primeros años sesenta. A una noche oscura de candiles le amaneció una blanca nevada. Los tejados vestían largos y deshilachados abrigos blancos, el empedrado de la calle lucía también alfombra blanca, pero unos inmensos cortinajes grises cubrían la ventana del cielo.
A las huellas del pastor sobre la nieve le precede la figura altiva del mismo hombre que apoya su cayado y avanza camino abajo en busca del redil.
Ovejas blancas ocultas en las sábanas del llano, inmóviles como figuritas del portal, esperaban alguna señal que las despertara. Al silbido del hombre responde con una sacudida eléctrica la "romera",la "pajarilla", como un lunar marrón en la piel nívea del campo que hizo verlas por fin.

Escribo recreándome en la descripción que el relato de mi padre va dibujando en mi mente. Y me tranquilizo al comprobar de nuevo que su memoria sigue estando en perfecto estado. Bien es cierto que le provoqué para que buscara un recuerdo lejano, porque como él suele decir a veces...
- No quisiera perder la memoria. Es lo que me mantiene vivo.
En estos días, ha sufrido breves lapsus que le confundieron; pero luego se repone a base de echar mano de sus recuerdos. Por eso yo insisto en esa terapia.

Aquella nevada fue la última que se conoció por estos lares y desde pequeño la he ido oyendo relatar como el gran evento meteorológico del pasado siglo. 
Ese día pocos salieron al campo.Por lo que me cuentan, la nieve alcanzó como medio metro de altura. Y quizá por esa especie de heroicidad es por lo que el abuelo gusta de contarlo. Sin embargo, a mí siempre me entusiasmó imaginar todo nevado y  repetir esa gran aventura, que bien podría emular la travesía del Ártico.

4 comentarios:

Camy dijo...

Mateo, cuando relatas estas historias, la sensibilidad se agudiza, porque son eso, historias limpias, reales, sin tapujos ni adornos, la belleza está en los recuerdos de ese abuelo nonagenario y en la persona que le escucha, le sonsaca, comprueba que todo va bien y nos lo cuenta. La belleza está en el nombre de esas ovejas con nombre propio, en el paisaje nevado y esa frescura de verdad, consigue hermanarse con el sentimiento de que existe gente buena.
Yo, que soy urbanita por gusto declarado, recuerdo con frecuencia al leerte, recuerdos de mi padre, en un pueblo de castilla y de un perrito que no se separaba de él, que sabía hacerse el cojo, y que también tenía unas patas delanteras con calcetín.
Un placer leerte Mateo. Llega aire de la sierra.
Un beso

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

No sólo es maravilloso volver a encontrar la vida sencilla en tus letras, es que se disfruta mucho esa escena por lo bien que lo describes.

Un abrazo a los dos.

MTeresa dijo...

Muy entretenida,
me he paseado por tu blog,
y aprovecho para desearte FELIZ NAVIDAD

MTeresa dijo...

Buenos días,
vuelvo a visitarte
para contemplar contigo
los nuevos días
del nuevo año,
un saludo