lunes, 26 de diciembre de 2011

Otra Navidad más...

Sí, me gusta la Navidad....
En la foto hay un belén, el de este año 2011.
Me recuerda al que hacíamos en casa con mi madre y mi hermano. A él, más pequeño que yo, sólo le interesaba jugar con las ovejitas...Las cambiaba de lugar o las recogía para su pastoreo particular en el empedrado de la calle.

Recuerdo que, cuando era niño, mi madre habilitaba un rincón de la casa para el pino y el Portal de Belén -siempre lo llamamos así.

Como por aquella época no había abetos artificiales, nuestro árbol era una rama de pino que había cortado mi padre en el campo. A las piñas mi madre las envolvía en papel de plata, y a cada ramita le colgaba una bolita o un adorno cualquiera...Recuerdo que se le ocurría colgarle al árbol hasta los polvorones y alfajores que venían envueltos en papel de celofán y colores vivos, metidos en aquella cajita de madera de un exquisito surtido de dulces, que era todo un lujo permitirse por Navidad.
Era una satisfacción para ella elaborar una recreación de misterio de la navidad combinando materiales que recogíamos de la naturaleza y figuritas de barro.
Cada año mi madre rebuscaba en el monedero y nos daba para comprar algún pastor, ovejitas, vaquitas...La tarde que compramos los Reyes Magos fue inolvidable...Todavía los conservo, más de cuarenta años después.
Para mi madre el belén era el retrato fiel de lo que creía que podía ser el
escenario de la llegada del Niño Dios. Para mí, significaba una
gran empresa lúdica que me acompañaría todos los días hasta que los Reyes de verdad me dejaran algún regalito -Las madres son mágicas, aunque se hagan viejecitas o se hayan marchado con los angelitos a los cielos.

Aquella navidad tenía olor a a dulces con ajonjolí, a buñuelos doraditos en el perol de la abuela...y sabores intensos. La Nochebuena venía para comérsela y a buen seguro no dejábamos de ella ni los huesos.

Una Nochebuena de aquellas se fue la luz -algo de lo más natural en los inviernos de los pueblos. El candil estaba a mano y en la chimenea ardían unos buenos tueros de almendro. En una mesa, mi madre endulzaba los roscos con azúcar molida y mi abuela María amasaba en un inmenso lebrillo la masa de los buñuelos. En la calle, una oscuridad de vivas estrellas nos recogía en los hogares. Allí el abuelo avivaba el fuego con su canuto de caña y los niños imaginábamos historias en las siluetas danzantes que la luz de la lumbre proyectaba en las paredes. Para quitarnos el miedo, la abuela entonaba villancicos...

La virgen va caminandoooo,
va caminando solitaaaa
y no lleva más compaña
quel niño de la manita...

Y el abuelo nos contaba historias y cuentos que ya no nos cuenta nadie... Los primeros buñuelos bailaban en el perol y recién calentitos los engullíamos...-
Niñossss, que no vais a dejar para la cena.
La cena de la Nochebuena era eso...buñuelos, café negro -había matices de color según fuera más cantidad de granos de café o de cebada- roscos, mantecados, empanadillas de cidra, rosquillas... Hartos y satisfechos
nos íbamos a la cama, sin echar en falta nada.
La televisión no existía en los hogares. Y los sueños se dejaban dorar en el perol o simplemente se consumían como cualquier rosquilla hasta no dejar ni el más mínimo resto de azúcar, porque
el mayor gusto estaba en chuparse los dedos.



Sigo viendo a aquella mujer que, manteniendo la ilusión por alimentar sus
sueños y los nuestros con lucesitas de colores, me inculcó para siempre ese tan trillado espíritu de la Navidad. En esta Navidad, mi niña hace lo mismo...ha colocado las figuritas sobre el musguito que recogí de una umbría donde tengo los olivos. Y ha puesto las luces, y decorado la casa con recortes de estrellitas que se bajó de internet...
Es entonces cuando me pregunto ¿dónde ahogan sus sueños los niños de hoy?
Para colmo Papá Noël le trajo la nueva Nintendo DS.

7 comentarios:

Nuria dijo...

En mi casa entre los hermanos, somos 9, recreábamos el nacimiento. Pero ella se fue un 31 de diciembre y desde entonces (han pasado 31 años) ya nada ha vuelto a ser igual. La Navidad no me gusta y no puedo cambiarlo

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

Sucede que los niños aún no tienen la picadura de la nostalgia, sino la ilusión de lo nuevo. Podría parecer, por eso, que pasan de estos complementos navideños pero. ¿Acaso no lo hicimos nosotros?

Me identifico con tu entrada, aunque no sea apta para diabéticos :-). Recuerdo que me encargaban ir a por el musgo que verdeaba y afianzaba el suelo del nacimiento. En sí, buscar musgo era toda una aventura.

Yo sí que siento la mordedura de la nostalgia.

Un fuerte abrazo.

Rubentxo dijo...

En primer lugar: feliz navidad.
He llegado a emocionarme con tus recuerdos, y se me ha abierto el apetito con los aromas y sabores que hay en algún párrafo...
Los sueños, las eternidades, los recuerdos, las esperanzas...
Este año, no sé por qué, he notado un gran declive en el espíritu navideño. No sé si acusar a la crisis, o al consumismo que ya agoniza, o al temor generalizado del no saber qué sucederá... Pero un texto como este me hace recobrar parte de la esperanza perdida, y me recuerda que somos humanos, que tenemos sentimientos y que -juntos - somos invencibles.
SAludos.

Sonia dijo...

Preciosa la estampa que nos regalas. A mí también me gusta la Navidad, aunque sienta un pellizquito en el corazón por alguna que otra silla vacía. Cuando yo era pequeña nos juntábamos muchos niños en mi casa, todos mis primos, ahora mis niñas sólo tienen un primo... Aún así lo pasamos bien, cantamos villancicos, tocamos panderetas, zambombas y hasta la botella de anís, jeje.

Menos mal que has puesto el segundo vídeo porque con el primero se me quedó un mal cuerpo...

Mi niña chica dice "mami, que me traigan pocos regalitos, dos o como mucho tres, que tiene que haber para todos, no vaya a ser que no queden para los niños pobres"... Y ha donado algunos de sus juguetes. Al menos algo creo que le estoy enseñando...

Besos y Felices Fiestas para tí y los tuyos.

Camy dijo...

Ay Mateo que me pongo sentimentalota y esta no es mi manera usual de ser....
Yo jugaba con las lavanderas... y también el río era de papel de plata, y también me contaban cuentos e historias fantásticas y mi padre montaba un belén precioso, ahora, mi mami está en el cielo -sin interrogantes, yo no creo, pero ella sí está allí-y disfrutábamos y nos empachábamos con tantos dulces caseros...
Mis hijos, también les hemos contado historias, pero han carecido de dulces caseros...
Preciosa entrada y felicidad para ti y los tuyos,
un beso

ana dijo...

hola Mateo! tu sabes que no me gusta la navidad,pero esta que tu me narras,es la que yo añoro. besos

Recomenzar dijo...

La navidad.En realidad no es importante para mi como lo era..
Tus letras maravillosas poeta un abrazo