domingo, 2 de noviembre de 2008

Lluvia de otoño

Hoy, por fin, se ha asomado el sol.
Ayer las nubes no dejaron verlo y, por la tarde, la lluvia nos puso una tarde húmeda y melancólica como hacía tiempo que no lo hacía.

Esta mañana dominical, tenuemente, se le vio aparecer por entre las nubes. Pero, no. Se volvió a esconder tras el rebozo de una sábana hecha de bruma con encajes de pitiminí.
Luego, parece que tuvo frío y, recogiendo una oscura manta, se tapó completamente.
Hemos paseado, mi hijita y yo, buscando el calorcito de sus rayos.
Desde la casa hasta el centro del pueblo debe haber algo más de un kilómetro. Con la excusa de ir a recoger el periódico, recorrimos ese trecho. La mañana de domingo es extrañamente solitaria y tranquila. No se ve a la gente todavía por la calle.

Como el paseo se hace largo y por el camino hay donde entretenerse, ella lo hace a cada momento. Se mueve rápida, saliéndose de la acera, a buscar caracoles entre la hierba que la otoñada ha traído con urgencia. Eso sí, si me paro a saludar a algún amigo, ella me apura para que no me entretenga. Una mirada seria le hace reconsiderar su impaciencia. A los pocos segundos, otra vez inicia su acoso, ahora más sutilmente.

Cuando nos acercamos al casco más antiguo del pueblo y nos adentramos por su calle principal, nos empezamos a encontrar, por momentos, con más gente.

El segundo día de noviembre se sigue considerando todavía, aunque no de forma oficial, la festividad de los Santos Difuntos. Se ven pasar camino del cementerio mujeres sobre todo con ramos o adornos de flores para agasajar a sus difuntos.

Todos los años por estas fechas vemos aumentar la población con la llegada masiva de hijos del pueblo, que regresan con el objetivo singular de llevar flores al cementerio. De camino, se visitan familiares y amigos, se dan una vuelta por las calles que antaño pisaron; en fin que se puede decir que celebrando la muerte , el pueblo revive.

Regresamos por el mismo camino a casa y, aunque algo cansados, volvemos a repetir los hábitos que se nos inculcó desde pequeños: saludamos y nos paramos a charlar con unos y otros. Mi pequeña no lo entiende muy bien y se desespera. En muchas ocasiones me interroga en parecidos términos:

- Papi, tú conoces a todo el pueblo?

- Más o menos -le digo yo. Pero, por el hecho de ser de este lugar nos debemos, al menos, el saludo. Y si, además, somos vecinos o conocidos, nos enseñaron, que también había que interesarse por ellos.

De alguna forma en los pequeños núcleos rurales vivimos como en una especie de gran familia, aunque cada uno viva en su casa.

Por la tarde, es costumbre oír misa en el cementerio. Yo no he asistido. Me quedé en casa con la pequeña y la abuela. Mi mujer y su hermano, sí.
Apenas salieron de casa, la lluvia hizo su aparición. La misa se celebró con una nube de paraguas, pues la capilla es pequeña y apenas cabe un pequeño grupo de personas.

Luego, terminada la misa, la mayoría de los asistentes corrieron en atravesar el pueblo. En el otro extremo se encuentra la iglesia parroquial. Allí se oficiaba una misa por el cuerpo presente de una vecina muy querida entre los vecinos.

En poco tiempo, el cementerio se llenaba y se vaciaba de gente, al tiempo que lo hacía la iglesia de forma alternativa. Todo en torno a la muerte, la reciente y la ocurrida días, meses o años antes. En multitud de casos, las plegarias se hacían por difuntos fallecidos hace años. Piensan muchos que el recuerdo los mantiene vivos entre nosotros. Quizás sea así la que llaman vida eterna.

La lluvia de otoño limpia el ambiente y devuelve una claridad excepcional cuando sale de nuevo el sol. Desde los aledaños del cementerio, mi pueblo luce así.

Pretendía exponer una idea, pero ha salido esto así. Espero no haberos defraudado.

11 comentarios:

Lila dijo...

Excelente Mat. Me hiciste recordar los paseos con mi abuela por aquel pueblo llanero hace miles de años...

Eres genial cuando te pones frente al teclado.

Un abrazo.

María dijo...

Magnífica lluvia de otoño, un paseo extraordinario compartiendo tus palabras, me has hecho pasear con ellas, en este día de otoño.

Relatos que me encanta leer en tu blog. Gracias por compartirlos.

Un beso.

MentesSueltas dijo...

Hola, paso a recorrer tu espacio. Me retiro pensando en volver... como el viento.

Te abrazo desde Buenos Aires.
MentesSueltas

Meme dijo...

Hola Mateo

Te devuelvo la visita y me gusta el recorrido...

Un abrazo.

Recomenzar dijo...

Extraordinario relato que cuenta lo bello y simple que es la vida

MentesSueltas dijo...

Hola hermano, te gardezcp tu visita y tus palabras.
Te espero cuando gustes.

MentesSueltas

Nuria dijo...

Con facilidad calificamos la época otoñal de triste, melancólica, nostálgica,... No importan los calificativos sino lo que se vive segundo a segundo

zel dijo...

Hola Mateo, amigo, que lindo escribir así, parece tan fàcil como si te oyera hablar con tu niña... Sabes? Siempre que leo un comentario tuyo me emociono, no sé bien el porqué, pero es así, supongo que hay cosas intangibles, como las buenas vibraciones, que se expanden "hacia el infinito y más allá..." Creo que res maestro de escuela y de corazón, amigo, muchos besos con toda el alma.

Clarice Baricco dijo...

A mi me encanta el otoño y la lluvia. Un lindo paseo me has dado junto con tu hijita.
Espero conocer algún dìa esas tierras.

Saludos.


Graciela

ana dijo...

mateo,me he emocionado co este simple relato de otoño;lo has narrado tan bonito(para mí gusto) que me hace ver que en las cosas secillas está lo bello.

Anónimo dijo...

despues de leer tu articulo, tan fresco y natural ,y despues de leer los comentarios de tus seguidores y amigos, no tengo mucho que añadir.
Solo que eres muy natural al escribir, parece que estas hablando con cada uno que te lee.
Yo creo que ya no eres aprendiz de escritor, eres ya uno de ellos.No por no ser famoso, dejas de ser una cosa u otra.
Felicidades Mateo y gracias por dejarnos leerte
Un saludo
Pumuky